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En un pueblo que se rumorea maldito, donde las sombras se aferran a los rincones como telarañas, la leyenda del Carretón Maldito remueve la inquietud en los corazones de todos los que la escuchan. Cuando el reloj da las campanadas de la hora de las brujas, cae un silencio tan profundo que uno puede oír el latido de su propio corazón, un presagio del terror inminente.
De la niebla que avanza como una marea, surge un antiguo carruaje, el Carretón Maldito, cuya mera presencia es una blasfemia contra los vivos. Los caballos que lo tiran son tan silenciosos como la tumba, sus pelajes un negro abismal que absorbe toda luz, toda esperanza. Sus ojos, vacíos como el vacío, ofrecen un vistazo a una noche eterna donde la muerte reina suprema.
Las calles, que una vez se llenaron con la risa de la vida, ahora resuenan con el fantasmal retumbar de los cascos contra la piedra. El carruaje busca a los perdidos, a los desesperados, aquellos cuyas almas están maduras para ser tomadas. Se dice que mirar al Carretón es ver reflejada la propia mortalidad en su madera fantasmal.
Aquellos que han presenciado el carruaje y han vivido para contar la historia hablan de un frío que se infiltra en los huesos, una frialdad que el calor del día no puede disipar. Hablan de un susurro, no de este mundo, que acompaña al carruaje, un coro de los condenados, quizás, aquellos ya tomados, llamando a otros a unirse a su procesión eterna.
El Carretón Maldito no solo transporta almas al más allá; se cree que las atrapa en una existencia crepuscular, un limbo donde el tiempo es un tormento y el concepto de salvación es solo una cruel broma. Es un destino peor que la muerte, pues en la muerte hay la promesa de paz, pero dentro del Carretón, solo hay el camino interminable, el viaje sin fin a través de la noche.
La gente del pueblo cierra sus ventanas, asegura sus puertas y susurra oraciones para que puedan ser librados del peregrinaje impío del Carretón. Porque en esta leyenda, hay una verdad que todos deben enfrentar: que a veces, los monstruos más aterradores son aquellos que no se ven, aquellos que nos susurran desde las sombras, prometiendo el olvido, prometiendo descanso, pero llevando solo a la oscuridad que lo consume todo.