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Erzsébet Báthory
En las sombrías y apartadas regiones de Hungría, en lo profundo de un bosque oscurecido por la niebla, se alzaba el imponente castillo de la condesa Erzsébet Báthory. Esta mujer, de una belleza deslumbrante pero con un corazón helado, era temida y respetada por igual. Los aldeanos de las regiones cercanas murmuraban historias sobre ella, historias que helaban la sangre y que hacían que los niños se escondieran bajo sus mantas por la noche.
Las leyendas contaban que la condesa, en su desesperada obsesión por conservar una piel eternamente joven, había recurrido a prácticas oscuras y prohibidas. Se decía que, bajo la luna llena, jóvenes doncellas eran llevadas al castillo, nunca para ser vistas nuevamente. Las paredes del castillo, si pudieran hablar, contarían historias de gritos desgarradores y rituales macabros. La condesa, según los rumores, se sumergía en un baño lleno de la sangre fresca y roja de estas inocentes, creyendo que este acto profano le otorgaría la juventud eterna.
Cuando finalmente se descubrió la verdad, el horror de sus actos fue tan grande que incluso la nobleza, que solía hacer la vista gorda ante los caprichos de sus iguales, no pudo ignorarlo. Sin embargo, en lugar de enfrentar la justicia que merecía, la condesa fue encerrada en su castillo, condenada a vivir en soledad hasta que la muerte la reclamara. Aunque su cuerpo finalmente pereció, su leyenda vive, y hasta el día de hoy, se la conoce como «La Condesa Sangrienta», un recordatorio constante de los oscuros deseos que pueden habitar en el corazón humano.
