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La Bruja de Petaquire

Tiempo estimado de lectura: 6 minutos

En las sombras de Petaquire, un refugio de Venezuela, se levanta una posada antigua custodiada por una mujer de aspecto severo, con ojos que parecen vigilar cada movimiento y una sonrisa que rara vez se asoma. Su presencia impone respeto y un poco de miedo a los pocos que se atreven a acercarse.

Dentro de la posada, entre los muros de piedra y las vigas de madera, se encuentra una camarera joven muy bella, María. Sus ojos y cabello de color negro como la noche fluyen como una cascada de sombras. Ella se mueve con gracia, entre las mesas y los clientes, sirviendo bebidas y contando historias que parecen venir de otro tiempo.

Una noche, tres jóvenes ebrios, impulsados por la curiosidad y el deseo de aventura, deciden entrar a la posada. Su llegada rompe la tranquilidad del lugar. Ríen a carcajadas, sin darse cuenta del ambiente que los rodea, ni de las miradas curiosas y cautelosas de los demás clientes. Se sientan en una mesa cerca de la chimenea, pidiendo más bebida y haciendo alarde de sus hazañas y planes para el futuro.

A medida que la noche avanza en la posada de Petaquire, la discusión entre los jóvenes Rafael, Ricardo y Manuel se intensifica. Mientras tanto, María, la joven bella y enigmática camarera, observa la escena con una sonrisa. Con un movimiento se desliza entre las mesas y se acerca a Ricardo, quien parece ser el más apasionado en la discusión. Con su cara bonita, logra captar su atención, susurrando palabras que sólo él puede oír. La tensión en el rostro de Ricardo se suaviza bajo la influencia de su voz melodiosa.

En un gesto inesperado, María extrae una pulsera negra de su delantal y se la ofrece a Ricardo. La pulsera, de un negro profundo, brilla sutilmente a la luz de las velas. Ricardo, fascinado por la belleza de María, acepta la pulsera sin dudarlo y la coloca en su muñeca. Rafael y Manuel, absortos en su propia disputa, no se percatan del intercambio entre María y Ricardo.

Tras la acalorada discusión, Rafael, enfurecido y frustrado, abandona la posada de Petaquire, dejando tras de sí un eco de puertas que se cierran con fuerza. La atmósfera en el interior se torna aún más tensa, y algunos de los clientes comienzan a murmurar entre ellos, observando con cautela.

Manuel, sintiendo la necesidad de despejarse, decide seguir a Rafael y sale de la posada poco después. Sin embargo, en el momento en que pone un pie fuera, se da cuenta de que Rafael ha desaparecido misteriosamente. No hay señales de su amigo, ni rastro de sus pasos en el camino polvoriento.

Preocupado y confundido, Manuel regresa a la posada en busca de Ricardo y María, pero al entrar descubre que el lugar está completamente vacío. Las sillas y mesas, antes ocupadas por clientes, ahora están abandonadas. No hay rastro de Ricardo, tampoco de María, ni de ningún otro ser humano. En ese momento inquietante, Manuel escucha un grito desgarrador que rompe la quietud de la noche. El sonido parece venir de la dirección del lago de Petaquire, un espejo de agua tranquilo y oscuro que se encuentra cerca de la posada. Sin pensarlo dos veces, impulsado por el miedo y la preocupación por sus amigos, Manuel sale corriendo hacia el lago.

Mientras Manuel corre hacia el lago, el miedo y la incertidumbre lo envuelven como una densa niebla. Al llegar, se encuentra con una escena macabra que se despliega ante sus ojos. Ricardo yace muerto en la orilla del lago, su cuerpo está desfigurado por heridas horribles. María está junto a él, pero su presencia es todo menos humana. Sus manos, manchadas de sangre, revuelven las entrañas de Ricardo en un acto de violencia y ritual.

Horrorizado y paralizado por el miedo, Manuel apenas puede procesar lo que ve. En un instante de pánico, reúne todas sus fuerzas y corre de vuelta hacia la posada, buscando desesperadamente ayuda. Al llegar, se encuentra con la dueña de la posada. Atemorizado, Manuel intenta explicar lo sucedido, pero sus palabras se tropiezan entre sí. La dueña lo escucha con una calma escalofriante, y entonces, en un gesto lento, revela su muñeca donde lleva puesta la pulsera negra de Ricardo. La misma pulsera que María le había dado.

En ese momento, Manuel comprende la terrible verdad: la dueña de la posada es la temida “Bruja de Petaquire”, capaz de transformarse en lo que desee. La revelación lo llena de terror, mientras la bruja lo observa con una sonrisa siniestra. Sin previo aviso, la bruja comienza su transformación. Su figura humana se distorsiona, convirtiéndose en la de un lobo enorme y feroz. Manuel, atrapado entre el miedo y la incredulidad, retrocede, pero el lobo avanza con una agilidad sobrenatural.

En los últimos momentos de su vida, Manuel entiende que la leyenda de la Bruja de Petaquire era más que un simple mito, y que él se ha convertido en la última víctima de su maldad. La posada queda en silencio una vez más, custodiada por la bruja, con sus secretos oscuros escondidos entre las sombras y susurros del pasado.

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